El organismo humano puede considerarse una máquina bastante elaborada y perfecta.
Ante una situación de peligro pone en marcha mecanismos que lo mantienen alerta.Las pupilas se dilatan.
Corazón y pulmones incrementan su ritmo de trabajo, consiguiendo una mejor oxigenación.
Los músculos se tensan por si fuera necesaria una respuesta rápida.
Y, mientras tanto, los sistemas endocrinos e inmunnológicos trabajan también a un ritmo más acelerado.
Se puede decir que este estado de ansiedad fisiológica desempeña un papel protector en el individuo.
Sin embargo, esta reacción necesaria ante el peligro, si se lleva a ciertos límites puede volverse en contra nuestra. Cuando estos mecanismos de vigilancia se convierten en patológicos nos encontramos ante un estado de ansiedad que mantiene en permanente alerta al organismo agotando sus reservas protectoras y originando nerviosismo, nauseas, dolores gastrointestinales, taquicardia, jaquecas e insomnio.
La ansiedad, como antesala de la depresión, es una enfermedad de nuestra cultura.
Según datos de la Sociedad de Neurología Americana, fundada en 1971, de un treinta a un cuarenta por
ciento de las personas de los países desarrollados padece, en algún momento de su vida, alguno de los
siete trastornos en los que según el DSM-IV (manual de diagnóstico de los trastornos mentales) se
clasifica la ansiedad: fobias, trastornos de pánico, trastornos obseso-compulsivo (TOC), agorafobia...
Dentro de la especie humana se sabe que la mujer está más afectada por las reacciones de
ansiedad que el hombre. Sin saber la razón científica de este hecho, se especula que la causa está
en su menor complexión física, que debe compensar ante una situación de peligro, con respuestas más
rápidas que faciliten la supervivencia. Para otros el orígen es más cultural que biológico.
Tratar la ansiedad patológica es introducirse en el interior mismo de la persona para
reconducirla a una situación de normalidad. Se sabe que el orígen de las reacciones de ansiedad están
en el cerebro, en una zona llamada 'nucleus ceruleus', nombre que toma del color azulado de sus células.
Al menos en expirentaciones animales la estimulación eléctrica de estas células provoca reacciones de pánico.
También existe un avance en los estudios farmacológicos, donde una segunda generación de fármacos ansiolíticos representan las modernas benzodiacepinas, que son capaces de solucionar entre un sesenta y un ochenta por ciento las reacciones de ansiedad.
En cualquier caso, todos los fármacos tienen efectos secundarios.
Recurrir a ellos para tratar la crisis de ansiedad es someterse a un riesgo de complicaciones, a veces del todo innecesario. Por este motivo la ansiedad patológica también se trata por medio de terapias conductuales.
Estas terapias tienen por objeto que el paciente se enfrente poco a poco a las situaciones que le provocan ansiedad, hasta desterrar la palabra miedo. No obstante, no se debe eliminar totalmente la ansiedad, ya que se entiende que es una conducta adaptativa y, hasta cierto punto, es imprescindible para defender el organismo de los peligros y favorecer la supervivencia.
El 5% de las personas sufre a lo largo de su vida fobias de algún tipo. Estas no son otra cosa que el uso de los principales síntomas de las reacciones de ansiedad.